Opinión

La policía nos está matando

“Ellos van a matar a nuestros hijos”, fue la expresión espontánea y desgarradora de la mamá de Alexander quien fue asesinado por Policías Municipales en el estado de Oaxaca.

Por: Sergio Alcántara Chávez

Pareciera que el mundo, en medio de la pandemia y las protestas violentas, convulsa. El ambiente se respira crítico y la crisis sigue en aumento sin parar: es un tren descarrilado a punto de estrellarse con una gasolinera. La comparación no es inverosímil. Pareciera increíble hablar de racismo en el siglo XXI del primer mundo que representa Estados Unidos, sin embargo, el asesinato de George Floyd expuso la podredumbre de un sistema social perverso que se alienta en cada discurso del presidente Trump.

En México, las muertes de Andrés Navarro en Veracruz y Alexander Martínez en Oaxaca conducen a una reflexión profunda sobre el abuso de poder y, al mismo tiempo, provoca miedo, estigma, incertidumbre.

Para algunos, aún nos es sorprendente que Giovanni López haya sido detenido por la Policía de Ixtlahuacán de los Membrillos por no traer cubrebocas y al día siguiente se lo entregaran muerto a sus familiares y, en ese escenario, cuando el caso cobró importancia mediática, el Gobernador Alfaro y el presidente AMLO comenzaron una sinergia de polarización que sólo deja ver la ineptitud de un Estado ineficiente.

Ya no hay tiempo para estrategias de comunicación que desvíen la atención, se está acabando el control que les dio la pandemia y ya no hay prórroga para soportar vivir en medio de una crisis como nunca antes vista en la historia del mundo. Hay un tren descarrilado a punto de estrellarse.

Hace unos meses, se criticó duramente a las feministas por fincar una protesta enérgica contra las desaparecidas, las asesinadas, por todas aquellas que viven en el olvido de una muerte sinvergüenza, pero nadie, más que ellas, tuvo el valor de encarar al Estado para obtener respuestas.

Hoy se critica la protesta que destruye vidrios y pinta paredes (si algo no tiene justificación es dañar al otro como fue el caso del policía al que le prendieron fuego, eso es inadmisible porque entonces la protesta de preservar la integridad humana, se esfuma; pero hay que leer el contexto en donde sí existen infiltraciones de grupos que no encabezan una protesta legítima mas sí responden a intereses torcidos), sucede —hay que decirlo con franqueza— que las instancias a las cuales les debemos nuestra seguridad, son las que también nos están matando.

La gente no aceptará un discurso institucional si éste no se acompaña de acciones que legitimen los puntos y comas de lo que se diga.

Mucho se ha dicho sobre las estrategias para implementar medidas más eficientes que reduzcan la inseguridad en México: profesionalizar a la policía, dotar de facultades delicadas a la Guarda Nacional, Reformas nacidas desde los escritorios de asesores en los Congresos o propuestas llevabas a cabo por el Ejecutivo.

En fin. Volúmenes inconmensurables de propuestas de expertos, comentócratas o ciudadanía que han resultado, para el Estado, inservibles. Desde Fox, Calderón, Peña y Obrador seguimos padeciendo la zozobra general de un ambiente novelesco digno de Leroux, Wilkie Collins, Allan Poe o las desventuras personales de Albert Camus. Al parecer, todo lo resuelven en la ficción o la política, que al cabo es lo mismo.

En suma, la ciudadanía se observa claramente intolerante ante las fallas de la política de Estado. Ya se sabe que al interior de los cuerpos de seguridad existen filtros que conducen a profesionalizarlos, pero el talón de Aquiles, me parece, se encuentra en los controles de confianza en cada miembro con independencia de su jerarquía y cargo que delimiten equilibrios en su conducta con incentivos reales a quienes hagan bien su trabajo y con relevos, despidos o que respondan a la justicia si no lo hacen, según sea el caso de sus faltas.

Así, tajantes: o cumplen con sus funciones en el marco de la legalidad y los Derechos Humanos —que, dicho sea de paso, han servido como el único contrapeso real al abuso de poder— o se van. En esta circunstancia, no hay salido más premurosa y viable.

En términos de geopolítica, inteligencia y pragmatismo, los actores políticos de México se han acostumbrado a llegar al poder para obtener con ello prebendas que les beneficie económicamente, a ellos y a los suyos.

Y ellos, los del poder y la élite, encerrados en una burbuja de obligaciones que no siempre son las de atender las demandas del pueblo, viven aislados en una realidad simultanea y ficticia de comodidad e informes que le dice que todo se está en orden.

También tenemos que profesionalizar la política y establecer controles estrictos frente a quienes ostentan el poder, de ahí surge la mayor problemática de nuestro país. Necesitamos estadistas, no políticos.

¿Y nosotros?, ¿los que no somos políticos? ¿Cómo les entendemos? ¿Cómo entender que la élite no se preocupa en el mismo grado que aquellas personas que viven en contextos violentos y deplorables? Pareciera que para el Estado y sus miembros todo es política, campaña, posiciones y simulación. Pero el tren sigue marchando y el tiempo se acaba y la gente quiere acciones.

Se acaba, porque en un escenario como el de México, pareciera que los cambios de Gobierno heredan la ineptitud de sus antecesores y vamos de mal en peor: sin respuestas claras ni eficiencia.

Siempre hemos sabido que el meollo del asunto está en las filas que entreteje la ambición de los burócratas, lo sano sería delegar sus responsabilidades o despedirlos también, ya no se trata de contener o desviar emociones, se trata de un trabajo que sea amplio y duramente eficaz.

Si no es así, el Estado padecerá un reto mayor: una desbandada de mentes torcidas que aceleren los impulsos de ciertos sectores de la sociedad que conjugan todo lo malo e indeseable de este país. Y ahí el tren se habrá estrellado porque la policía nos está matando.

 

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