El debate presidencial que no definió el futuro del gigante norteamericano
Por Ana Isela Hernández Severiano.
Si esperaban una evidente inclinación de la balanza para las elecciones de EEUU este año, Donald Trump y Joe Biden no les habrán resultado de gran provecho en el último debate realizado el pasado martes.
Lo que vimos ahí no fue precisamente un intercambio fructífero de argumentos, sino una discusión en la que reinó el desorden y la impertinencia, sobre todo del actual presidente norteamericano. Analicemos forma y fondo, contenido y perfiles.
La dinámica del debate con 6 segmentos, 2 minutos de intervención moderada y luego la apertura al espacio de discusión seguramente tuvo toda una planeación detrás con el fin de contener el desorden que podría generarse. No lo logró. Pese a lo bien estructurada que fue, y el previo acuerdo de las campañas al respecto, el debate no la respetó en absoluto y vimos una discusión plana casi en todo momento. Entre las interrupciones de Trump, el bajo ímpetu de Biden y la voz un tanto desesperada de un moderador que perdió el control del juego, los puntos centrales de los discursos se desdibujaron. La discusión no fue muy distinta a lo que vemos en redes sociales a menudo.
Tanto de Trump como de Biden escuchamos más justificaciones que soluciones. En el caso de Donald, sus intervenciones evitaron a toda costa los trasfondos. Sus respuestas se limitaron más o menos a “yo soy el presidente y puedo hacerlo”, como en el segmento de apertura con la nominación Amy Barrett a la Corte Suprema; también hubo un constante “es culpa de otros”, por ejemplo ante la cuestión de Biden acerca de su tardía respuesta y nula utilización de las herramientas que ya poseía en el inicio de la pandemia por COVID-19 en febrero, para lo que el presidente optó por responsabilizar por milésima vez a China.
Centrándose un poco más en el futuro, el punto que quizá resulte más útil a los votantes para encaminar su decisión es lo referente a la economía. Si algo quedó claro es que Trump no desea seguir frenando la economía del país, mientras que Biden opta por esperar más para su reactivación ante un inminente riesgo todavía existente para la población por la pandemia. Recordemos que EEUU es el país más afectado por la crisis sanitaria, no es sorprendente por su extensión territorial y la densidad poblacional.
Pero no es novedad que Donald desestime los efectos de la COVID-19 y la importancia de los avances médicos al respecto, lo ha hecho desde el inicio. Trump garantiza que la vacuna llegará antes de lo esperado, y que sus eventos de campaña masivos sin la protección debida no tendrán mayores consecuencias. Esto puede resultar contraproducente en su camino a los comicios; si el mensaje que pretende dar a los votantes es de seguridad, más bien parece inconsciencia. Biden soltó el argumento de que la COVID-19 no afectó a los ricos, sino todo lo contrario. La constante actitud del presidente quizá confirme dicho punto.
Joe Biden utiliza bien este tipo de recursos a su favor. Ha hecho algo similar antes en redes sociales y su mitin se caracteriza por todo lo contrario a su contrincante: grupos sumamente reducidos y respetando las normas de salubridad en el contexto actual. El demócrata, además de encontrar oportunidad para mofarse de Trump y sus declaraciones de hace unos meses acerca de inyectarse cloro como remedio para el virus, se fue directo contra las élites estadounidenses declarando que el libre mercado y los altos impuestos para los grandes empresarios son una solución (puntos contrarios a lo que el republicano profesa) a temas económicos, cuestionando la integridad de estos magnates, en el caso de Trump, sacando a relucir la polémica de la minúscula cantidad de impuesto sobre la renta que Trump pagó anteriormente, lo que dio lugar a una de las frases que más llamó la atención en el debate: “Cualquier empresario, a menos que sea tonto, utilizaría las leyeres a su favor”, declaración del actual presidente. ¿Esto pone en duda la integridad del ejercicio político de Trump? De muchas maneras.
Si algo debemos observar es que el moderador estuvo lejos de ser imparcial, ya que continuamente tenía roces con el republicano y cuestionamientos hacia él resaltaron más que aquellos hacia Biden: dijo que la recuperación económica ha sido mejor de la esperada, pero esa declaración pasó desapercibida cuando mencionó también que en el primer año de Obama se crearon más empleos que en tres años de Trump. Tal vez esto se le atribuye a que la mayor parte de las interrupciones y el desorden venían por parte de Donald Trump.
En la ronda que más expectativas causó, aquella referente al racismo y al movimiento Black Lives Matter, se demostró la poca sensibilidad que el presidente tiene hacia la población afroamericana sin duda alguna. No emitió un sólo comentario empatizando con el movimiento (lo que no es novedad para el público) y únicamente destacó la importancia de la ley y el orden. Biden imperó en que su contrincante no se preocupa por el ciudadano afroamericano, en que hay diferencias en cómo se hace cumplir la ley con este sector poblacional y que se necesita un sistema que llame a cuentas a los culpables, aseguró que de obtener la victoria se haría responsable de ello. El demócrata trajo a la mesa el fin de una capacitación de sensibilización racial que había sido implementada por el gobierno, a lo que Donald Trump respondió que fue desmantelada porque el efecto era contraproducente y le enseñaban a la gente a que el país era horrible, tan sencillo como eso, además aseguró haber sacado de la cárcel a personas que fueron apresadas en los 90, situación en cuya causa participó el entonces senador Biden. Aunque textualmente no enunció ofensa alguna, Trump demostró su desdén respecto al tema en la forma en que citaba la palabra “negros” o al negarse a utilizar el término “supremacistas blancos” y en su lugar sólo decir “los muchachos blancos”. Sobre toda la violencia propiciada por la protesta que ya pasa los 100 días no escuchamos otra declaración relevante.
Al hablar de la trayectoria, Trump alega haber hecho más que cualquier otro presidente en 3 años, pese a obstáculos como el impeachment, que llamó “farsa”, o lo referente a Hillary Clinton. Biden por su parte evalúa lo que va de este período con el hecho de que los ricos son más ricos, el pueblo estadounidense está más dividido, que hay más pobreza y violencia.
La desesperación del presidente Trump resultó evidente en acciones que se convirtieron en ataques personales, como hacia el historial de adicciones del hijo de Biden. Y el resto del debate se fue sin más. Para temas ambientales escuchamos de Trump: “el Acuerdo de París era un desastre… todo es cuestión de gestión forestal… los autos eléctricos no están tan mal”. Sin responsabilidades, sin compromisos, sin estrategias. Biden profundizó un poco más: inversión en economía verde, nada de combustibles fósiles, reducción de gases de efecto invernadero, autos eléctricos, edificios sin emisión de gases de petróleo, unión internacional al respecto, empleos para que la población tenga acceso a casas ecológicas y la confirmación de que no respalda el nuevo pacto verde. Este tema en particular es importante para las previsiones en el espacio de la cooperación internacional, para que Estados y organizaciones puedan plantearse posibles escenarios futuros con cada gobierno.
La última pregunta acerca de la conformidad con el proceso electoral fue el espacio perfecto para que Trump externara nuevamente que está totalmente en contra de la dinámica establecida para los comicios. Su alegato respondió a que el voto por correo será un desastre, el resultado llegará tardío, las circunstancias se prestan para fraude y un amplio porcentaje de anulación de boletas. Biden se limitó a decir que aceptará el resultado con templanza.
Si han llegado a este punto y parece que se ha revisado más lo declarado por Trump, están en todo lo correcto, porque básicamente el mandatario jamás dejó de hablar, eclipsando, aunque hasta cierto punto con participaciones irrelevantes, las intervenciones de Biden y hasta del moderador.
Lo que podemos concluir de este debate es que a un mes de las elecciones hay muchos planteamientos que no son claros. Trump se mostró un tanto perturbado, su discurso no propone más que la continuidad del proyecto de nación que trae consigo desde 2016. No se observa una evaluación de las áreas de oportunidad de estos casi cuatro años de gobierno y por ende no hay soluciones innovadoras. La diferencia es que esta vez tiene la conciencia de todas las polémicas y las incongruencias en las que se ha visto involucrado y que pone en riesgo la confianza de sus votantes, y se nota. Con las declaraciones de Joe Biden es lógico pensar que la élite de los negocios está en su bolsillo.
El Biden que vimos en esta ocasión optó por guardar la compostura ante la conducta de su contrincante para enviar un mensaje importante casi diciendo “este él, este soy yo”, pero en su afán de demostrar sus valores la situación lo sobrepasó y pudimos apreciar más bien un perfil bajo. Claramente tiene consigo iniciativas para los sectores vulnerables en EEUU, si, afroamericanos, inmigrantes y progresistas seguramente estarán con él, y ha ganado mucha fuerza en su avance hacia los comicios, pero no proyecta con la seguridad necesaria ser la persona con la entereza para defender dichas iniciativas. Al menos no lo hizo esta vez.
Al sistema internacional sin duda le conviene la apertura que Joe Biden demuestra traer consigo, y las audiencias extranjeras quizá estén deseando ver su triunfo en los próximos días, pero no se puede negar que la probabilidad de que Trump renueve su mandato aún es muy alta.
La población estadounidense, el colegio electoral, ambos tienen una gran tarea. Esperemos que el próximo debate se presente en mejores condiciones de forma y que esta vez si tenga contenido que contribuya a encaminar una decisión tan importante que afecta no sólo a EEUU, sino directa o indirectamente al mundo entero.