Opinión

“Yo a tu edad ya había hecho…”

Por Sandra De la Garza

Esta frase suele anticipar un comentario sumamente adultocentrista y centrado en la meritocracia que pretende minimizar los esfuerzos y logros de la juventud por parte de personas mayores. En esta columna de opinión no pretendo marcar aun más la raya que divide y polariza la creciente idea de “generaciones” que ha puesto en bandos a estos dos sectores poblacionales.

Pero sí necesitamos recalcar esta fuerte expectativa y decepción que se tiene de una generación que está tratando de solucionar los problemas de la línea familiar, que tiene un futuro laboral incierto, que vive en situaciones precarias respecto a oportunidades de crecimiento y que se está haciendo cargo de visibilizar y combatir distintas problemáticas sociales que mancillen y minimizan los derechos humanos que a todos nos corresponden por dignidad.

Lamentablemente y de manera más personal, he podido percatarme que no, no tengo un carro propio y un terreno como muchos adultos me lo mencionan y presumen, tenían a mi edad. No tengo un trabajo estable que pague un salario lo suficientemente abundante para mantenerme a mí y a una familia. No tengo la certidumbre de una jubilación con la cual pueda despreocuparme una vez que mis fuerzas no sean las mismas. No tengo un panorama tan favorable cuando el mundo se encuentra en una situación crítica económica y socialmente. Y no hablo sólo por mí, hablo por muchos jóvenes adultos en la crisis de los 20.

A nadie le gusta victimizarse, a nadie le gusta ser víctima. Dicha presunción solo ofende aún más a quienes alzan la voz para hacer saber de su problema. Aunado a esto, nos encontramos con las dinámicas de poder que se encuentran arraigadas y cimentadas en la estructura social y que merman las posibilidades de igualdad para todas juventudes dentro de su diversidad: ser mujer, ser parte de la comunidad LGBT, ser afrodescendiente, ser parte de una comunidad indígena, no tener el mismo acceso a estudios y capital intelectual, tener una discapacidad, etc.

No se trata de llorar y quejarse porque la vida es injusta, se trata de resaltar que, en efecto, lo es. Y no debería ser así. El mito meritocrático que nos plantea una comunidad de empresarios y “tiburones” que triunfaron y ascendieron desde cero, nos ha hecho creer que nosotros mismos somo el motivo de nuestra posición desventajada y no las circunstancias con que se rige la sociedad.

Muchos de nosotros, no tenemos, lo que muchos adultos, incluidos nuestros padres ya tenían a nuestra edad. Sin embargo, estamos luchando por cuestionar el por qué de dicha situación. No somos más o menos válidos por haber tenido cabida en la circunstancia que nos beneficiaría más.

Ayer cumplí 24 años, y no, no tengo lo que tenían mis padres a mi edad. No me he podido independizar, el sueldo miserable con que pagan a nuestra “generación de cristal” no alcanza para eso. No tengo prestaciones de ley. No tengo la oportunidad de comprar un tiquete de avión por menos de $1,000 como en 1990. No tengo al alcance de mi mano muchas otras oportunidades que eran algo normal en una época distinta.

Pero repito, eso no define la valía de una persona, sobre todo en una etapa tan representativa como la tardía adolescencia o temprana adultez. La empatía es una herramienta que nos instruirá para comprender y apoyar las particularidades de cada uno, ponerla en práctica nos ayudará a construir una cultura de solidaridad necesaria en estos momentos. Y eso, es más importante que un carro, casa o expectativa.

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