Opinión

“Échale ganas”, el lema de la meritocracia

Por Sandra De la Garza

Antes de que nos azotara la cuarentena, no había tenido la oportunidad de reflexionar tan detenidamente en las circunstancias de los jóvenes adultos, aquellos que rondan en sus 20s, igual que esta década.

 

Muchos de nosotros nos encontramos inmersos en una constante preocupación por el mañana, por la supervivencia económica, por la incertidumbre laboral y también por el menoscabo emocional que eso representa para nosotros.

 

Es más que cierta y sabida aquella realidad precaria que envuelve a la juventud, sin embargo, como en todas y cada una de las situaciones, existen particularidades que no se adecuan a la mayoría. Es decir, claro que existen jóvenes que a pesar de su corta edad, cuentan con el recurso económico, seguridad de trabajo y entorno estable que les permite asumir que el esfuerzo es factor suficiente para el alcance de cualquier meta.

 

Es entonces que necesitamos cuestionarnos el papel de la meritocracia y el privilegio en el camino que recorremos todos aquellos que estamos buscando una manera de subsistir. Pero antes de continuar ¿Qué es la meritocracia?, como nos lo describe su nombre, es la creencia que afirma que el esfuerzo es la base de TODO resultado, sin excepción, es decir, que trabajando duro, podremos conseguir todo lo que queramos, sin tomar en cuenta las circunstancias que puedan interferir.

 

Vamos a ejemplificarlo, hagamos de cuenta que dos jóvenes estudiaron la licenciatura en derecho en distintos contextos, pero que se conocieron en un congreso virtual. Uno de ellos es varón, con alto poder adquisitivo, estudió en una prestigiosa universidad privada, no tuvo que trabajar durante la carrera y su padre, es un reconocido empresario, hizo un semestre de intercambio en EEUU ; él, fue un excelente alumno, ya que su única prioridad era el estudio; siendo así, a pocos meses de haber egresado, consiguió un trabajo estable y bien remunerado. Por otro lado, la otra joven, es una mujer, de clase media baja, también fue una excelente alumna, sin embargo, no tuvo la oportunidad de viajar en una universidad prestigiosa, ya que su recurso no le permitió estudiar fuera de su ciudad y mucho menos realizar viajes de estudio al extranjero, ella egresó al mismo tiempo que su compañero, sin embargo, ha pasado un año y aún no puede encontrar un trabajo.

 

Él le dijo que tiene que echarle más ganas.

 

A la vista de muchas personas, eso es cierto, si ella se esforzara más podría conseguir lo mismo que su colega. Pero eso no es cierto.

 

Factores como el género, el color de piel, el poder adquisitivo, la centralización, etc. influyen de manera fundamental en el desarrollo de todos los jóvenes y su transición a la vida adulta. Es muy importante cuestionar y reflexionar en estas cuestiones, porque más allá de intentar motivar a sectores precarizados, buscan culpabilizarlos y responsabilizaros de su propia situación, lo cual es muy peligroso y dañino, ya que perpetúa la creencia nociva en que un ser humano debe “ganarse” la dignidad que merece por el mero hecho de existir.

 

Basta de decirle a la gente que tiene que “levantarse temprano”, “dejar de flojear”, cuando más de la mitad de los mexicanos vive en pobreza extrema y madruga para trabajar jornadas de más de 10 horas que se traducen en salarios miserables y precariedad laboral.

 

No basta con “echarle ganas”, lo que necesitamos es crear consciencia respecto a los obstáculos invisibles que enfrentamos diariam

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