Si el oxígeno es esencial para vivir, la libertad de expresión es esencial para la democracia de un pueblo y el grito de poder del mismo. El pasado 7 de junio, se conmemoró el desapercibido día de la libertad de expresión en México, tristemente la misma expresión de “libertad de expresión”, valga la redundancia, deja muchas preguntas al aire, sobre qué significa para el mexicano ser libre de pensamiento y si el ejercicio de éste se está llevando a la práctica y de qué modo.
Este derecho fundamental tiene historia desde el Siglo de las luces, relevante para el cauce de la democracia, enriquecedor para la opinión pública e impulsión a la participación ciudadana. Sin embargo, en México nada de esto existe o es demasiado utópico, culpa repartida entre gobiernos, ciudadanos y hasta la misma prensa, la cual debe ser la artillería de la libertad, como lo dijo el político alemán Hans Dietrich Gensher.
Faltan piezas al rompecabezas de la libertad de expresión en México, piezas que son sustituidas por la censura, la violencia, corrupción, sometimiento de información, y ahora un inquilino nuevo, las fake news; características que humillan no sólo al periodismo, también a la sociedad y que deja lejos cada vez más la esperanza de una sociedad libre y democrática, porque no está aún en los genes del mexicano la curiosidad de indagar, de contrastar y de razonar la información para formar su propia opinión, porque libertad, como dijo George Orwell, es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren oír.
Son tiempos modernos, son tiempos de digitalización, es importante la formación de ciudadanos razonables, el amplio abanico que ofrece el internet para la difusión de información cada vez se vuelve más complejo, aunque unos piensen lo contrario, porque sí, facilita la información, pero hay que ser capaces de reconocer cuando esa información está contaminada y a qué velocidad se puede reproducir mientras la verdad apenas va a caminar.
Pareciera que, entre más información, menos posibilidad de engaño hay, sin embargo, vienen en camino nuevos métodos tecnológicos que nos harán dudar de hasta el aire que estamos respirando. La tecnología no es mala, simplemente hay que utilizarla a favor de la verdad, la libertad y la justicia, pero tal parece que sufrimos lo contrario: terminamos siendo esclavos mediáticos dentro de una silenciosa humanidad.
